Agobiado por la sed, llegó un ciervo a un manantial.
Después de beber, vio su reflejo en el agua.
Al contemplar su hermosa cornamenta, sintióse orgulloso,
pero quedó descontento por sus piernas débiles y finas.
Sumido aún en estos pensamientos, apareció un león que
comenzó a perseguirle. Echó a correr y le ganó una gran
distancia, pues la fuerza de los ciervos está en sus piernas
y la del león en su corazón.
Mientras el campo fue llano, el ciervo guardó la distancia
que le salvaba; pero el entrar en el bosque sus cuernos
se engancharon a las ramas y, no pudiendo escapar,
fue atrapado por el león.
A punto de morir, exclamó para sí mismo:
- ¡Desdichado soy! Mis pies, que pensaba que me
traicionaban, eran los que me salvaban,
y mis cuernos, en los que ponía toda mi confianza,
son los que me pierden.
Muchas veces, a quienes creemos más indiferentes,
son quienes nos dan la mano en las congojas,
mientras que los que nos adulan,
ni siquiera se asoman.
Se me han saltado las lágrimas aparte de que me ha encantado.
ResponderEliminarRocío.H.
Me alegro que te emociones y que te gusten las cosas que publico en el blog ;)
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